¿De verdad, dar es mejor que recibir?

Dar siempre es mejor que recibir

(Boxeador anónimo)

 

Cierta mamá estaba buscando enseñar a su pequeño hijo a dar. Para ello, empezó a preguntarle: “Si tuvieras 2 cochecitos, ¿le darías uno a tu hermano?”. Contestó el niño sin dudar: “Desde luego que sí”. Animada por la respuesta, la mamá le hizo otra pregunta. “Si tuvieras 2 balones de futbol, ¿le darías uno a tu hermano? También en esta ocasión el infante respondió sin dudar que lo haría. Feliz por haber avanzado tanto en sus lecciones, le preguntó finalmente si le daría a su hermano la mitad de sus dulces. “Eso sí que no”, le contestó muy decidido. “¿Cómo es posible? Me has dicho que le darías un cochecito, un balón de futbol, ¿por qué no le darías la mitad de tus dulces?” A lo que el niño repuso: “Es que esos los tengo”.

Más allá del humor. Lo que nos ilustra el chiste es la dificultad que tenemos para dar.

A pesar de que la mayoría de las religiones y tradiciones filosóficas enfatizan la importancia de dar, conozco muy pocas personas para quienes dar sea un verdadero placer. ¿Por qué es esto?

Si hablamos de dar cosas que no son materiales, pudiera sonar más razonable hacerlo. Cuando, por ejemplo, doy mi pensamiento a alguien, no lo pierdo. En realidad, lo tengo yo y lo tiene la persona a quien se lo di. Mi pensamiento no es menos por dárselo, y aún más, puedo tener la oportunidad de verlo enriquecido por el solo hecho de darlo. En cambio, cuando hablamos de dar cosas materiales que nos pertenecen, implica necesariamente perderlas, situación que no es naturalmente placentera. Tengo, y después de dar, ya no tengo. No suena ni lógico ni natural hacerlo. ¿Será que todas las religiones y tradiciones están equivocadas?

Creo que las bondades de dar toman sentido cuando comprendemos que dar implica desprendernos de algo, desapegarnos de aquello que damos. El hecho de no atarnos a las cosas, y tampoco a las personas, nos permite libertad de tenerlas o no. Cuando estamos aferrados a las cosas, podemos llegar a ser esclavos de ellas, de nuestro propio deseo de tenerlas. Es como la ley del esfuerzo invertido, mientras más las quieres tener, más te tienen. Habría que tomar una actitud como la de Nietzsche cuando habla del matrimonio: renunciar al matrimonio, para poder casarme. Entonces sí, dar es mejor que recibir, porque mientras más me desprendo de lo que tengo, mientras menos me aferro, mayor es mi experiencia de libertad, y eso, me hace sentir plenamente humano.

Desde luego esto aplica también a las personas. En una relación entre personas, y esto se puede ver con mucha claridad en una de pareja, más que dar cosas materiales, lo que hacemos es darnos y esto no es un acto doloroso, de renuncia, sino uno gozoso, donde mientras más nos damos, más humanos y libres nos sentimos. Somos seres creados para el encuentro, para darnos, porque ello nos hace felices.

 

Ahora con más ganas podemos decir, dar es mejor que recibir.